Como diría Carmina Ordóñez, estoy divinamente. Hoy me ha llamado Silvia. Simplemente quería saber como estaba y charlar un rato, y también quedar conmigo para tomar una copa.
Hemos quedado para el jueves, y solo estamos a martes (grito histérico estilo Yola Berrocal cuando fue poseída en Hotel Glam. Sí lo reconozco veo demasiado la tele).
El lunes estuve cenando con Ana. Lo ha dejado con el novio y no le apetecía estar sola en casa. Estuvimos hablando de trabajo y un poco de nuestras vidas. Le comenté lo de Silvia y le cambió la cara por completo.
Y es que sí, entérense. Si a una mujer la persigues y le das la brasa pasa absolutamente de ti. ¿Pero qué pasa si le comentas la existencia de otra que llama tú atención? Pues supongo que depende de cada mujer. Yo os cuento el caso de Ana.
Lo que restó de cena estuvo superamabilísima de la muerte y también supercariñosísima. Supuestamente después de la cena cada una nos marcharíamos a nuestra casa. Pero no. Ana me dijo que le apetecía tomarse una copa, pero no en un pub. Que necesitaba hablar y desahogarse por la mala suerte que tenía con los tíos y con las tías. Así que propuso que fuésemos a mi casa, ya que en la suya estaba su compañera. Nos tomamos dos bacardis cada una. Y de lo único que hablábamos era de mi vida. Aquello parecía C. S. I. Cuando ya era bien tarde me dijo que no estaba para conducir que si me importaba que se quedara. Yo como bien educada que estoy le dije que sí.
Y pasó una cosa que yo nunca me hubiese esperado. ¡Con las ganas que tengo/tenía de echar un kiki! Ana se metió directamente en mi cama y yo también. Le dije buenas noches, me di la vuelta y cerré los ojos. A los pocos minutos sentí como su brazo se posaba en mi cintura y su mano en mi estomago. Y en ese instante pensé en Silvia. Así que le dije duérmete que yo ya estoy dormida.